martes, 3 de noviembre de 2009

"Ágora"... o uno de esos casos que tan bien nos retratan



Pues sí, ha vuelto a suceder. Creía que con el paso del tiempo, ciertas cosas podían ir cambiando, ciertas actitudes y lugares comunes en el público... pero cada vez me voy dando cuenta que no es así. Quizá nunca sea así.


Me explico. Hace algunas semanas fui a ver "Ágora", la recreación de la Alejandría del siglo V d.C., y la historia de la astrónoma Hypatia. Dirigida por Alejandro Amenábar en su primera película tras el Oscar obtenido con "Mar adentro", cuenta con el mayor presupuesto jamás otorgado a una producción española: 50 millones de euros. Y bueno, salí más que satisfecho con el resultado. Y aunque ya han pasado varias semanas, mi opinión no ha cambiado: Amenábar no sólo ha salido airoso de la complicadísima tarea que es recrear una época y un tiempo tan lejanos, de un lugar y unas gentes de las que no quedan muchos testimonios escritos. Y esa recreación de la Alejandría multicultural, donde griegos, judíos y cristianos vivían bajo la administración romana es, desde mi punto de vista, impresionante. Desde unos decorados fidedignos que parecen auténticos, desde las caracterizaciones de todos los actores, hasta todos y cada uno de los detalles que pueblan el filme, y que hacen derretirse de gusto a cualquiera que ame y entienda de Historia; la película triunfa ampliamente en muchos aspectos, incluído el musical, puesto que la banda sonora de Darío Marianelli es de lo mejor que he podido escuchar en lo que llevamos de año. No es perfecta, claro está, y tiene algunos altibajos, además de que en ciertas ocasiones quizá la mezcla de fundamentalismos religiosos, astronomía y ciencia, y recreación histórica sea un poco caótico. Pero qué demonios. El guión, base y alma de toda buena película que se precie de serlo, también sale airoso en su búsqueda de realizar una fotografía, un retrato de cuán dañinas fueron y son las visiones religiosas radicales del mundo, de cuántos muertos, libros quemados y sabiduría desterrada en nombre de Dios o de Alá. En este caso, el incipiente y aun balbuceante cristianismo que comenzaba a ser una potencia temible para todo aquel pagano que se atreviera a desafiar lo escrito en la Biblia (y lo interpretado por sus obispos). Y en este caso, las víctimas fueron dos: toda la sabiduría encerrada durante siglos y siglos en la biblioteca de Alejandría, todos los escritos sobre ciencias, filosofías, dramaturgia y demás, perdidos para siempre entre las llamas de la irracionalidad y los fanatismos espirituales. Y, por supuesto, Hypatia, precursora de tantos hombres y mujeres que, en nombre de sus conocimientos y de su sabiduría no aceptados por el obispo de Roma y sus secuaces repartidos por todo el orbe, fueron torturados y quemados a lo largo de los siglos.




























¨Ágora" es todo eso, y mucho más: es también un canto a la astronomía, a la sed de conocimientos, a la curiosidad que a muchos nos lleva a preguntarnos por el mundo que nos rodea, por nuestro pasado. A Hypatia le llevó a mirar hacia arriba y preguntarse por qué las estrellas y los planetas se movían de la manera que lo hacen. A indagar, a buscar, a investigar. Lo que normalmente no hace un hombre de fe, un religioso, que lo tiene mucho más fácil: sólo tiene un libro que le da respuestas para todo, sea la Biblia o el Corán. Y eso mismo provoca que se tenga una visión cerrada, impermeable, hermética. Y que se mire con desconfianza a quien no piense así. Y de la desconfianza, dependiendo de la persona, se puede pasar al recelo. Y del recelo...


"Ágora" ha tenido una buena acogida en taquilla, ha sido un éxito y la gente ha acudido a verla. Tuve la enorme suerte de ir a la película sabiendo quién era Hypatia y lo que hizo, lo que me permitió comprobar el buen grado de fidelidad que la película tiene hacia la historia verdadera (a pesar de las lógicas licencias artísticas que se toma Amenábar, necesarias, por otro lado, en cualquier película histórica). El quid de la cuestión, y la razón por el título de esta entrada, son las críticas de muchos.


En realidad, tampoco es que me haya sorprendido demasiado. Viviendo aquí y conociendo a la gente, debí suponer que Amenábar se iba a llevar palos por su obra. Es muy probable que no haya nacido precisamente en el mejor país para dedicarme a lo que más me gusta, que es el cine, no sólo por cómo se entiende el cine y cómo se (des)cuida el medio. Es, como en tantas otras cosas, por la forma cainita y envidiosa que tenemos de mirar lo bueno que a veces atesoramos. Alejandro Amenábar ha venido siendo el "niño prodigio" del cine español, desde que deslumbrara con su debut con "Tesis", y se confirmara con "Abre los ojos", diera su salto al cine internacional con "Los otros" y alcanzara la cima del mundo con ese Oscar por "Mar adentro". En todas ellas, el director demuestra una versatilidad casi envidiable, de moverse perfectamente entre diferentes géneros, con resultados mejores en unos que en otros, pero convenciendo siempre de ser un muy buen cineasta que conoce, ama y cuida cuantos productos realiza. Quizá esa misma versatilidad es lo que hace que muchos le miren con desconfianza, que no se decidan a otorgarle la tan envidiada etiqueta de auteur, de artista que posee un lenguaje propio y apreciado por los más prestigiosos (y casi siempre pedantes) festivales de cine. O sea, que como no te llames Almodóvar, no sepas vender muy bien tu imagen cuidadamente excéntrica y calculadamente personal de "artista moderno" y no hagas películas que, estén bien, mal o regular; sepas que van adorar una cohorte de fieles adoradores.... mal lo tienes para lograr el apoyo de tus paisanos. Es lo que le ha pasado a Amenábar.


Desde hace tiempo lo veo observando. Y la cosa se confirmó precisamente cuando ganó el Oscar. En este país, muchas veces, cuando tenemos un tesoro nacional que puede dar brillo y lustre a eso que tanto maltratamos y sobre lo que tanto nos meamos, llamado "cultura", las envidias y odios que ensalzan nuestro carácter no dudan en atacarle e intentar bajarle del pedestal. A Amenábar ya comenzaron a criticarle después de su Oscar, aunque "Mar adentro" se llevara muy buenas críticas. Con "Ágora", y 4 años después de ese Oscar, las críticas han vuelto a florecer y, de nuevo, muchas de ellas hacen vagas alusiones a su estilo y al propio análisis de la película (que es lo que importa), para pasar a atacar directamente al director, acusándole de "pretencioso", "fallido", "limitado" y doce mil cosas más. Y no solamente por críticos especializados (sí, esa rara especie que se recrea en su florido lenguaje y que está encantada de conocerse a sí misma), sino por cinéfilos y gente normal. Aunque también, todo sea dicho, existe un sector de gente que habla favorablemente del filme. Como muestra, permitidme pasaros una de esas críticas "especializadas", para que degustéis vosotros mismos las esencias del "saber cinematográfico":

http://www.miradas.net/2009/10/actualidad/agora.html




Que nuestro cine es deficitario y anquilosado, creo que pocos lo discuten. Hace mucho tiempo que no hay valentía, que no hay una verdadera revolución para cambiar las cosas, los complejos que nos atenazan desde hace ya demasiado tiempo. De vez en cuando hay chispazos, pero que no tienen continuidad (como "Alatriste" hace 3 años, o grandes productos de género como "Ágora" o "Celda 211" este año), en parte por las dichosas subvenciones, en parte porque el Ministerio de In-Cultura no sabe y no contesta (con la infalible Ángeles González-Sinde al frente), y está a otras cosas más importantes. Así, los que queremos hacer cine estamos considerando seriamente el dedicarnos a ser estrellas del fúrbol o irnos a hacer películas a Zambia, donde seguro que tendremos más oportunidades.

Es tremendamente injusto lo que está pasando en este país. ¿Alguien podía imaginar alguna vez que una película histórica como "Ágora", que recrea al milímetro la Alejandría de los siglos IV y V, que no desdeña la espectacularidad hollywoodiense a la vez que medita y reflexiona acerca de la ciencia y de la religión, y cómo los fanatismos no son exclusivos del siglo XXI... pudiera ser dirigida por un director español y realizada con capital español?. ¿Tuvo continuidad en forma de más películas históricas, aquella espléndida (en mi opinión, claro) adaptación de las novelas de Pérez-Reverte, que fue "Alatriste"?. En ambos casos, la respuesta es negativa, y en ambos casos, muchas críticas que no tenían nada que ver con aspectos puramente cinematográficos mucho tuvieron que ver. Pero no os preocupéis. Nuestro cine, nuestra ¿"industria"?, continuará apostando a mansalva por más dramas sociales, más comedias juveniles de encefalograma plano y humor escatológico con surtido de tetas y semen, y más dramones afectados ambientados en la manoseadísima Guerra Civil. Nada de lanzarse a crear buenas películas de género, a apostar con valentía por películas históricas y recreaciones épicas de nuestra historia antigua. Lógico, con un sistema viciado desde sus cimientos, con un público amodorrado y acostumbrado a pasar del cine español, y con un permanente lloriqueo sobre lo malo que es Hollywood y cómo sus películas empañan y ensombrecen nuestras veinte obras maestras anuales. Y lo peor es que la cosa no tiene visos de mejora, ahora con la crisis, peor todavía. Y me carcajeo de gusto cuando alguien menciona algo de que nuestros políticos o el Gobierno podrían meter mano a arreglar las cosas. Casi es mejor que sigan con sus asuntos, sus trajes y sus mezquindades de toda la vida, y que no se metan a arreglar nada.

Espero y deseo que Amenábar siga haciendo cine. No es mi director favorito, pero le considero casi un colega, puesto que estudió la carrera que estoy estudiando yo (y no la terminó, lo cual me explica muchas cosas), y ojalá hubiera veinte más con su talento, su disposición a hacer buenas películas en géneros distintos, incluso a atreverse con reconstrucciones históricas a escala hollywoodiense. Es probable que, haga lo que haga, las críticas de un sector siempre continúen contra él, le hagan vídeos cómicos graciosos mofándose de él, y le digan de todo. Yo en su lugar, me largaba a vivir a EE.UU., a Francia, a Inglaterra... a cualquier otro lugar donde pudiera hacer tranquilamente mi cine, y solamente volver a este país de envidias e ignorancia para veranear en la playa por todo el morro y brindar con mi mojito en la mano a la memoria de la Ministra de In-Cultura.



martes, 27 de octubre de 2009

Gobierno X, país X, gente X... una vez más




Pero es que cómo nos gusta. Cómo nos mola ser el centro de atención, de una manera u de otra. A España, me refiero. Perdón, Ejpaña. No ganaremos en cuanto a educación, madurez social o algunas otras cosas, pero en estupidez y podredumbre moral, no nos gana nadie.

Me explico. El día 23 de octubre era el señalado para el estreno de "Saw VI", sexta entrega de la saga "Saw", cuyas películas, con mayores o menores variaciones, tienen el mismo argumento: unas personas que no se conocen de nada despiertan encerradas en una habitación, con extraños aparatos y artilugios adosados a sus cuerpos, descubriendo que un psicópata les ha encerrado para que, utilizando la inteligencia y la perspicacia, puedan librarse de esos artilugios mortales, antes de que les mutilen alguna extremidad o les partan el cráneo. Todo muy lírico y bonito, como podéis ver. Sólo he visto la primera, y la verdad es que salvo la intriga por ver cómo salían del atolladero los pobres secuestrados, la película me pareció efectista, rutinaria y ruidosa. Correcta y cansina, vamos. De las otras cuatro no sé nada, porque no me apetece verlas y me parecen solamente huevos de oro de esta gallina (una más entre todas las gallinas de huevos de oro que forman las sagas de películas del Hollywood de hoy en día).


Pues ahora venía la sexta, como decía. Y, de forma sorpresiva y sin vacilación, el Ministerio de Cultura ejpañol, ha prohibido su distribución en los cines, dando al filme la categoría X, que limita su visionado al circuito de cines porno que hay en Ejpaña. Sí, habéis oído bien, cines porno. O sea, que si queréis ver "Saw VI", buscadla justo entre las películas "Bailando con lobas" y "Rabocop". La gracia estriba en que en EE.UU., ese país del que a veces tanto nos reímos de sus chaladuras y sus chuminadas (con razón, casi siempre), la película se distribuye por Buena Vista Entertainment con calificación de "menores acompañados". Pero nuestro Gobierno, paladín y garante de la modernidad, la cultura y las artes, con la Ministra de Cultura doña Ángeles González-Sinde, se ha horrorizado con el baño de sangre que es esta película, y ha dado órdenes firmes de que los tiernos jóvenes y jóvenas (gracias, Bibiana Aído) no acaben perjudicados por esta apología de la violencia. Es curioso que a pesar de esto, si me saliera de los huevos, mañana mismo podría ir a comprarme Saw, Saw II, Saw III, Saw IV y Saw V en Edición Coleccionista Super Deluxe, que me entrara un delirio psicótico, y agarrara un Kalashnikov y un bate de béisbol, y fuese a hacer una visita a las sedes del PSOE y del PP. A hacer algunas preguntas, principalmente.


En realidad, esto no es sino un ladrillo más, un clavo más en el ataúd de la vergüenza que se está convirtiendo todo en este país, donde una Ministra de Cultura que prefiere que nos quedemos en casita viendo las maravillosas series españolas que reflejan fielmente y con veracidad la sociedad juvenil actual (títulos como "Física o Química", "90-60-90" o "Doctor Mateo", dentro de unos años, serán clásicos indiscutibles), además de esos programas mal llamados "del corazón", que no son sino espejos donde la cultura, nuestra cultura, y nosotros mismos, podemos mirarnos sin complejos y reconocernos. Llegado el caso, la Ministra también nos dice que vayamos al cine, pero eso sí, para que escojamos entre la gran variedad y surtido de estupendas películas españolas, como la última de Almodóvar, o la penúltima comedia divertida española, que las hacemos como churros y nos quedan niqueladas. O cualquier drama de corte social, con jóvenes y adolescentes confundíos en la noche, como por ejemplo esa obra maestra titulada "Mentiras y gordas", cuyo guión firma la propia Ministra, y que aparte de unos cuantos salidorros que únicamente disfrutaron con las tetas de Ana de Armas, todos supieron apreciar el maravilloso guión, digno del próximo Goya (q.e.p.d).


En fin, no se me ocurre otra manera de tomarme estas noticias, salvo con ironía y con una risa ácida que le viene de perlas. Que el último informe PISA nos avisara de que nuestra educación es de las peores de Europa, en varias materias, y que la Ministra Sinde (a la que tuve que aguantar en un coloquio de mi universidad, cuando aún no era Excelsa Ministra y ostentaba el pomposo y agradecido cargo de Presidenta de la Academia de las Artes Cinematográficas) se preocupe de que no me convierta en un psicópata viendo casquería y tripas desparramadas pues me deja bastante frío, la verdad. Circunspecto, diría yo. Porque hay momentos en que, sin ver "Saw VI", ni "Saw V", ni siquiera "Saw IV", me entran temblores irracionales de ira y rabia, y me dan muchas ganas, pero muchas ganas, de darme un garbeo por las lustrosas sedes de nuestros grandes partidos políticos. A pedir unas cuantas explicaciones, con la consolable compañía de una escopeta recortada, a poder ser. Y fijaos, todo ello sin ver ninguna horrorosa película de la que nuestro Ministerio de In-Cultura nos quiere preservar como bebés en la cuna. Solo con ver, escuchar, pensar (todo ello con independencia y lucidez) y echar un vistazo a los periódicos de cada día. ¿A qué esperará nuestra Ministra Sinde en cerrar EL PAÍS o EL MUNDO?.




domingo, 11 de octubre de 2009

Premio Nobel de las Promesas e Intenciones



Pues sí, lo reconozco. Cuando Obama tomó posesión de la presidencia de los EE.UU., el 20 de enero, creo que fui uno de los poquísimos que dudaron de toda la parafernalia y trascendencia con que el planeta Tierra vio los fastos en Washington. Por varias razones, tengo que añadir. La primera es un escepticismo respecto a todo lo político, venga de donde venga, que llevo por dentro desde hace algunos años. Ojo, evidentemente quería que Obama saliera elegido, y no uno de los cachorros de Bush, el ínclito McCain. Y me alegré por todas las promesas que hizo, por el cambio de rumbo que quiere darle, y prometió solemnemente cumplirlo, al tercer planeta del Sistema Solar, galaxia Vía Láctea. Bien por él, después de ocho años de horrores, vergüenzas y oscuridad. Y comprendí también toda la euforia de los norteamericanos (que pronto se contagió al resto de Occidente, como todo lo americano), mitad ilusión real por ver a un tipo carismático, buen orador y encima, afroamericano, dirigiendo los destinos de la Tierra; mitad una excelente campaña mediática presentando a Obama como un nuevo mesías del siglo XXI. Aleluya, pues, por sus loables intenciones, por querer intentar (lo de conseguirlo ya es otra historia) que israelíes y palestinos se den la mano, que coreanos e iraníes no monten más juguetitos nucleares, que Irak y Afganistán sean lugares pacíficos, que las multinacionales presten atención, de una puta vez, al medio ambiente; que la cosa mejore en Latinoamérica, en África, y en su propio país, donde tiene que darle la vuelta a un sistema educativo y sanitario totalmente obsoleto e ineficaz...


Tarea no le falta, desde luego, y muy probablemente, muchas de esos problemas no los podrá resolver, ni aunque lo intente en los 8 años que, como todo apunta, ocupará la Casa Blanca. Pero bueno, por de pronto, ya se ha reunido con muchos líderes mundiales, va a cerrar Guantánamo, ha sentado bases para futuras conversaciones de paz en Oriente Medio, ha hablado con los colegas rusos sobre lo de los misiles nucleares, etc, etc. Comienzo prometedor que habrá que ver si se confirma, dada la facilidad y prestancia de todos los políticos mundiales, se llamen Barack Obama, Zapatero, Adolf Hitler o José María Ansar; en no cumplir lo prometido y olvidarse puntualmente de todas las promesas que un día hicieron para arañar votos. Veremos.


Y ahora nos dicen desde Oslo que se le otorga el Premio Nobel de la Paz, ilustre y algo fantasmón galardón, que han recibido desde Nelson Mandela o la Madre Teresa de Calcuta, a grandes "pacifistas" como Henry Kissinger. Al parecer, los académicos de Oslo han valorado estos 8 meses de promesas, intenciones y reuniones para sentar bases, como algo lo suficientemente meritorio como para poner a Obama al lado de Mandela, Rigoberta Menchú, la Cruz Roja o Médicos Sin Fronteras.


He de decir que, ya de entrada, premiar a alguien por, literalmente, "prometer" e "intentar", me parece ridículo. Pero cuando esas intenciones y promesas provienen de un político... la cosa adquiere un cariz histriónico, casi. Me parece muy bien la obamanía, el aura mesiánico que desprende allá por donde va, y que quiera darle la vuelta al calcetín a todo lo hecho por Bush. Pero no alcanzo a entender muy bien las intenciones de premiarle sencillamente por haberse reunido con muchos líderes (rusos, islámicos y demás), empezar a conocer todos los resortes políticos y militares de este planeta, haber hecho promesas (que tiene que cumplir, ojo) y derrochar carisma. Dicen que más que nada ha sido una jugarreta, porque ese Nobel de la Paz puede pesar una losa para él, sobre todo en el momento en que se vea obligado a posponer o no poder cumplir, varias de las promesas tan ilusionantes y milagrosas que lanzó en su día.


Ya sabemos todos el cariz que tiene cualquier certamen de premios, los tan prestigiosos y relucientes Nobel, unos premios que han olvidado a gente como Tolstói, Borges, Kafka (en su versión literaria) o Vicente Ferrer (en lo relativo a la paz). Como buenos y famosos premios, muchas de sus decisiones han tenido un marcado carácter político y social, y lo de Obama va más bien en ese camino "mesiánico" que inició cuando anunció que intentaría llegar a ser presidente del Imperio. Bien, pues una vez otorgado el premio que, según en palabras del propio fundador, Alfred Nobel, se otorga "a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz"; Obama se ve ante la tesitura de no defraudar al planeta Tierra y de cumplir cuantas promesas hizo en su día. Yo hace tiempo que soy muy escéptico respecto a los políticos y sus promesas gloriosas que tras votarles olvidan sistemáticamente. Espero que esta vez, y dentro de 8 años, podamos ver que este Premio Nobel de la Paz (y de las Promesas e Intenciones a Cumplir) no ha caído en saco roto. Estaré atento, por si acaso.


domingo, 4 de octubre de 2009

El fin del mundo (I)


Pensaba escribir y disertar acerca de porqué escribo y diserto, pero luego me acordé de Sean Connery y de su frase en Descubriendo a Forrester (2000): "Todo se reduce a escribir, no pensar. Escribir, no pensar". Amén, entonces.


Todo el mundo se reía de aquel tipo. Caminaba por las calles del barrio gruñendo y maldiciendo por lo bajo. Arrastraba siempre un carrito desvencijado que habría robado de Dios sabe qué sitio y en qué año, pero no era lo que se suele entender como un mendigo o un vagabundo. Vestía bien, iba limpio y nadie lo vio nunca dormir en un banco o en cualquier portal de la calle. Pero no cabía duda que "el profeta" era alguien a tener en cuenta. Por lo menos, para mí.
"El profeta" vivía en el piso más alto de un edificio viejo que estaba deshabitado, y que se encontraba casi en mitad del campo, en una calle por la que nadie pasaba. Hasta los pájaros se olvidaban de pasar por la zona. Todo el barrio conocía de su existencia, y todo el barrio estaba convencido de su locura. Día tras día, semana tras semana, visitaba todas y cada una de las tiendas y bibliotecas del barrio que pudiera proporcionarle dos cosas, dos únicas cosas: libros y películas. Día tras día, semana tras semana, se le podía ver arrastrando el carrito por la acera atestado de libros de todas las clases y materias, y de películas antiguas y modernas. Las señoras murmuraban viéndole, apuntando que probablemente todo ello era robado y que tenía un negocio clandestino y que habría que denunciarlo a la policía, a la vez que gritaban a sus hijos que no se acercaran al hombre, que siempre andaba mascullando algo entre dientes. Los hombres se reían viéndole, gastándole bromas o haciendo comentarios cínicos; mientras que algunos jóvenes le tiraban paquetes vacíos de cigarrillos, bolsas de patatas vacías o envoltorios de chicles. Incluso a veces le seguían hasta su casa y le tiraban piedras a la ventana. Las pocas personas que intentaban entablar una conversación con él, recibían siempre la misma respuesta:
-Déjeme en paz, que estamos en el fin del mundo y no me queda tiempo.
De ahí lo de "profeta", ya que nadie supo nunca su verdadero nombre. Carrito arriba, carrito abajo, formó parte del paisaje del barrio humilde donde me crié. Ahora, varios años después de todo aquello, sé varias cosas. Por ejemplo, que "el profeta" fue el hombre más lúcido que haya conocido jamás, y que nunca podré apreciar en toda su extensión la suerte que tuve en conocerle, y en cómo cambió mi forma de ver el mundo. También intuyo que, a su modo y a su estilo, me apreció mucho.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

EL CICLISMO

En el ciclismo, los casos como los de Javier Otxoa se dan de cuando en cuando, desgraciadamente. Javier Otxoa es este ciclista que veis en la foto, justo en la cúspide de la gloria. Corría el mes de julio del año 2000, y el Tour de Francia afrontaba su primera etapa seria de montaña, con final en Hautacam. Fue un día lluvioso, con frío, y los favoritos de aquel año, como Armstrong, Ullrich, Pantani, Olano o Beloki, se conjuraron para asestar el primer golpe a la carrera. Y antes de comenzar la subida al puerto final, el que saltó del pelotón y se escapó en solitario fue un desconocido ciclista, del equipo Kelme-Costa Blanca, que comenzó a abrir hueco y se dirigió, como una flecha y en medio de la lluvia y el frío, hacia la meta. Detrás, el imbatible Lance Armstrong (que iba a por su segundo Tour) se lanzaba hacia las rampas del puerto, dejando a todos los demás atrás, y teniendo únicamente al desconocido Javier Otxoa por delante. Aquel día. David ganó a Goliath, y Otxoa saltó a la fama y tocó la gloria tras ganar la etapa, una de las más duras de toda la carrera, por delante del mismo Armstrong. Yo lo vi en la tele, y fue épico y emocionante como pocas veces.


6 meses después, Javier entrenaba en Málaga con su hermano Ricardo. Iban por el arcén de la carretera, empezando a preparar la siguiente temporada. De repente, un coche les arrolló a los dos. Ricardo murió en el acto, y Javier, por las heridas y los golpes, cayó en coma profundo. Milagrosamente, consiguió salir del mismo, aunque con severas consecuencias cerebrales irreversibles. Nunca pudo volver al ciclismo profesional, pero, con el mismo pundonor y ganas que le hicieron ganar en el Tour, consiguió volver a subirse a una bicicleta y entrar en el equipo paralímpico español, con el que ha conseguido algunas medallas en los Juegos Paralímpicos.


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Con esta historia, quiero resumir mi amor por el ciclismo. El ciclismo es un deporte diferente. Diferente a casi todos los demás. No ofrece, quizá, el espectáculo circense que otros deportes, como el fútbol o el baloncesto, sí hacen, pero es ahí donde reside su encanto. Constancia, paciencia, sufrimiento, coraje, solidaridad... no suelen ser adjetivos habituales en el deporte, pero sí que lo son en el ciclismo. Hoy en día, quizá no goce de la mejor salud posible, pero nunca morirá. Sí, hablo del famoso dopaje, que tanto daño ha hecho a este deporte. Es muy fácil decir lo que muchos desinformados y charlatanes sueltan, aquello de que "todos los ciclistas se dopan", que cualquier ciclista más fuerte que los demás lo es "porque se dopa", etc, etc. No es este el momento ni el lugar para hablar de ello (el que esté interesado en el asunto, que contacte conmigo XD), pero sí que tengo que decir que durante varios años, en España se han juntado varios factores y gente (médicos, directores de equipo, algunos ciclistas...) que durante unos años han sumido al ciclismo en una serie de escándalos innumerables. A día de hoy, la situación se ha tranquilizado un poco, aunque el tema aún da algún que otro coletazo.


El ciclismo tiene ídolos y reyes, pero no en el sentido del fútbol, por ejemplo. Aquí no hay contratos multimillonarios, ríos de dinero fluyendo. Es un deporte de constancia, del día a día, de exponerse al sol, el viento, la lluvia, la nieve, el frío y el calor, en entrenamientos en grupo, carreras, premios... Por no hablar de las inevitables caídas, que a todo ciclista llega tarde o temprano, y que suelen provocar fracturas y heridas que pueden tumbar una temporada entera. El ciclismo son desfallecimientos encima de la bici, subiendo a un puerto durísimo. Es la épica de ver como dos grandes ciclistas se retan entre sí, se ponen a prueba, luchan hasta que uno de los dos caiga. Es cálculo, frialdad, estrategias... saber cuándo atacar, cuando no hacerlo, qué aliados escoger en el pelotón, qué enemigos señalar con el dedo. Decir ciclismo es decir nombres como Bahamontes, Anquetil, Julio Jiménez, Bobet, Ocaña, Merckx, Poulidor, Coppi, Hinault, Pedro Delgado, Fignon, Lejarreta, Chiappucci, Induráin, Pantani, Rominger, Ullrich, Olano, Armstrong, Heras, Escartín, Zülle, Jalabert, Jiménez, Beloki, Sastre, Pereiro, Contador... Es recordar puertos y montañas infernales, como el Mortirolo, el Mont Ventoux, el Galibier, el Gavia, el Angliru, el Tourmalet, l'Alpe d'Huez, Sierra Nevada, Luz Ardiden, Joux Plane, Izoard, el col d'Aspet, la Croix de Fer... nombres que ponen los pelos de punta a muchos ciclistas, y que a los aficionados al ciclismo nos suena a épica, a leyenda, a historia. A aventura, en definitiva. Quizá se trate de eso, del heroísmo y la magia hecha deporte, de sensaciones que quizá no se encuentren en ningún otro deporte.


Precisamente por todo eso, el ciclismo jamás morirá. Si ocurriera, el deporte en general quedaría desangrado, y la vida, aun más grisácea.




domingo, 30 de agosto de 2009

SEGUNDA VUELTA

Como es bastante típico en mí en blogs o foros, me voy y vuelvo a intervalos, más largos o más cortos. Lo bueno es que siempre acabo volviendo, espero que porque aun tenga cosas que contar que merezcan la pena y que aun quede gente dispuesta a escucharme.

Creo que voy a pasar de la política. En este foto habrá cabida para todo: mi tan amado cine, mis tan amados viajes, mi tan amada literatura, mis tan amadas anécdotas o pequeñas historias... Pero me temo que borraré la actualidad política de aquí, porque no tiene cabida en mi mundo. El mundo que me rodea, el que veo cada día, a veces es tan gris, tan convencional, tan falso y acomodado que me a veces me da miedo comprobar que puedo estar infectado. Ojalá no me pase eso nunca, porque la promesa que me hice hace mucho tiempo quedaría destruida.

Prometí que, en la medida de lo posible, (y dado que, aunque quizá en el fondo siempre he estado solo, en la época en que me hice esa promesa estaba todavía más solo), me construiría mi propio mundo, con los elementos que tuviera a mi alrededor, y que, de momento, nadie entraría en él. Nadie... hasta el lejano día en que llegara alguien con una llave de oro y pudiera abrirle las puertas de mi universo. Mis amigos, mis buenos amigos, ya conocen pinceladas y frases que resumen ese mundo... pero ella, quienquiera que sea, será la dueña y princesa de todo cuanto he ido construyendo durante años con amor y paciencia.

Pero bueno, espero iros dejando por aquí retales, apuntes, trocitos de ese mundo para que, si os apetece, podáis disfrutar y entreteneros con algo más que lugares comunes, aburrimientos y dobleces. Espero no defraudar a quien pierda uno o dos minutos de su vida para leer estas cosas.

jueves, 23 de abril de 2009

Películas a rescatar: PASAJE A LA INDIA

Con esta película, inicio un recorrido por una serie de películas, algunas muy conocidas y otras no tanto, que no demasiada gente ha visto, pero que por sus méritos deberían ser más reconocidas.

La primera película es, curiosamente, la última en la vida de uno de los mejores cineastas de toda la historia, y, probablemente, mi director de cine favorito por encima de muchos otros. David Lean, inglés de nacimiento y cosmopolita de espíritu, es el maestro de muchos cineastas y aspirantes a cineastas, y el hombre que, desde mi punto de vista, supo entender como ningún otro la verdadera esencia del cine, la monumentalidad y la poesía, la psicología de almas atormentadas en paisajes fabulosos. Ya nadie hace cine como él. Se pueden ver trazos de su cine en algún que otro cineasta de hoy en día, como Spielberg, pero Lean pertenece a un cine de otra época, cuando había años en que podías ir al cine, y encontrarte de una tacada en la cartelera con una película de John Ford, otra de Billy Wilder y otra del mismo Lean. En fin.


Pasaje a la India se basa en la novela de E.M. Forster, acerca del dominio británico en la India a principios del siglo XX, pero centrando ese conflicto en la historia de Adela Quested (interpretada por la australiana Judy Davis), una muchacha inglesa que parte hacia la India para casarse con un juez británico (Nigel Havers), en compañía de su futura suegra, la señora Moore (Peggy Ashcroft). Ambas, de carácter liberal y abierto, cuando llegan, se van escandalizando por el sometimiento que los ingleses mantienen a los hindúes de una manera hipócrita. Conocen a personajes como el anciano profesor Godbole (Alec Guinness), un brahmán sabio que sabe más de lo que dice; al doctor Fielding (James Fox), el único inglés que trata a los indios como iguales, y especialmente al doctor Aziz (Victor Banerjee), un hombre afable e inocente que comienza una amistad con las dos mujeres inglesas... una amistad que va a tener un desenlace sorprendente.


La película constituye el legado artístico de David Lean, quien, tras rodarla en 1984, no volvería a rodar nada más, a pesar de estar a punto de iniciar proyectos como el de Motín a bordo o Nostromo, basada en la novela de Joseph Conrad. Precisamente, mientras buscaba localizaciones y escribía el guión para esta última, Lean falleció en 1990. Pasaje a la India es, pues, su testamento, una última película a la altura de una excepcional carrera en la que se cuentan auténticas obras maestras, como Doctor Zhivago, Breve encuentro, Oliver Twist, El puente sobre el río Kwai o La hija de Ryan. Y por supuesto, la que yo considero como la mejor película de la historia del cine: Lawrence de Arabia.

La película que nos ocupa ahora es, al igual que otras del director, un análisis profundo de un choque de culturas, de civilizaciones, pero en vez de servirse para ello de batallas enormes o de grandes masas de multitudes, se sirve de la historia de dos mujeres, Adela Quested y la señora Moore, que van a conocer la India y sus recovecos, cada una a su estilo y con desenlaces diferentes. La India las va a transformar, y sus distintas personalidades reaccionan de manera distinta ante esa misteriosa y seductora cultura. Puede decirse, incluso, que la India aparece personificada en dos personajes: Aziz y Godbole, quienes, respectivamente, "conectan" con Adela y la señora Moore. Entre ellos surgen personajes que ofrecen distintas formas de ver a la India y a sus habitantes, desde la amabilidad y comprensión de Fielding, hasta la superioridad (típicamente inglesa) del joven juez con el que se va a casar Adela.

La película, como en todas las de David Lean, tiene un diseño de producción y una ambientación sobresalientes. La fotografía (de Ernest Day, en vez de su director de fotografía de siempre, Freddie Young) es sublime y capta toda la esencia de los paisajes y bosques de la India; y los actores cumplen sobradamente, destacando una veterana Peggy Ashcroft, quien se llevó el Oscar a la Mejor Actriz Secundaria por su interpretación inolvidable de la señora Moore. La película estuvo nominada a 11 Oscars en 1985, de los cuales se llevó dos, el anteriormente mencionado, y el de la Mejor Banda Sonora para la exquisita música de Maurice Jarre, para el cual era su tercer Oscar. Jarre fue siempre el compositor de confianza de Lean, quien le llevó a ganar otros dos Oscars por las músicas de Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago, y uno de los mejores compositores de cine, y más renombrados, de la historia. Tristemente, hace muy poco, el 29 de marzo, fallecía dejando uno de los legados más ricos del mundo del cine.

David Lean se despedía así con un broche de oro en su espectacular filmografía, legándonos una maravilla de película que hoy en día se debe degustar como los buenos vinos o las buenas comidas: lentamente, paladeando sus méritos y sus matices, sus diálogos y sus paisajes, así como los dramas de los personajes y sus historias. Una película de las que ya no se hace, perteneciente a un cine que ya no se hace, y por el que los buenos cinéfilos siempre estaremos dispuestos a derramar alguna que otra lágrima en recuerdo de este cine ya extinto, y de unos cineastas ya extintos. Siempre nos quedará el DVD o el Blu-Ray.

PRÓXIMO CAPÍTULO: Un mundo perfecto (1993), de Clint Eastwood